CAMBIO DE GUARDIA
Violencia poselectoral
En la despiadada lucha por el poder que es la elección del Presidente de México es evidente el creciente encono de los discursos. Son más que agresivos, son amenazantes, para lo cual, como en todo el mundo, se cultivan las diferencias entre los sectores de la sociedad mexicana, las reales y las imaginarias.
El problema es que, saben y saben muy bien, que el encono sembrado a lo largo y lo ancho de la sociedad, encono designado con eufemismos, allá abajo entre los ciudadanos y ciudadanas de a pie muchas veces tarda años en sanar, si es que sana.
No parece importarles a los equipos de los dos principales candidatos de oposición.
Andrés Manuel López Obrador ha dicho que, si pierde y hay un fraude electoral, se irá a su rancho, pero advirtió en entrevista con Carmes Aristegui que ahora, a diferencia de 2006, dejará fluir la indignación, a la cual – pero por supuesto- él será ajeno pues estará en su finca de Palenque. Ajá.
La creciente indignación de los panistas y sus asesores por lo que consideran “persecución” de Ricardo Anaya, se encamina por la misma ruta, con un factor adicional, ya sin tapujos Anaya promete que será implacable con sus enemigos.
Los clamores de “fraude y persecución”, para lo cual los discursos de campaña han abonado el terreno, bien pueden provocar reacciones violentas de los derrotados.
Y nada nos asegura que los candidatos derrotados vayan a tener interés en contener a sus partidarios. Ojalá y lo garantizaran, en aras de la paz social de la República. Me temo que no lo harán. Y que existe la posibilidad real de que ahora sí haya violencia poselectoral, de la cual serán culpables los candidatos y sus partidos.